viernes, 25 de febrero de 2011

Llorar

Imagina un anzuelo.

Su punta filosa es capaz de penetrar de manera superficial cualquier piel. Al atravesar músculos o mucosas, lo importante es que si desgarra, lo que consiga a su paso sea suficiente para evitar la ruptura total. Así funcionan los anzuelos, sin piedad hasta romper o poder tensionar.

Cuando lo más profundo de tu ser está conmovido, tu cerebro imagina anzuelos. Son diminutos y entran por tus ojos, pero allí solo arponean unos pocos que van halando con fuerza tus lágrimas. Y como si fueran una multitud en estampida huyendo de una explosión fulminante, se amontonan los microscópicos anzuelos unos sobre otros a través de tu nariz, paladar y garganta. Se afincan súbitamente y su levedad sumada alrededor de tí simula una soga que desborda las dimensiones de tu garganta. Toda la tensión que se ha acumulado es suficiente para sacar tus vísceras.

Y todo tu ser de adentro hacia afuera, arponeado infinitamente es lo que demuestras al llorar.

Lo curioso, es que tales anzuelos, no existen, la tensión no es desde afuera. Llorar es una explosión visceral para poner nuestras entrañas afuera a desintoxicarse y lavarse con nuestras lágrimas.

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