lunes, 5 de septiembre de 2011

Fui al mar



Un día decidí ir al Mar.
En el camino, el Sol rebotaba en el verdor de los árboles y el negro del pavimento. El calor me empezaba a sofocar.

Al llegar, estaba enceguecido por el resplandor. Las nubes a lo lejos eran pinceladas blanquecinas en un profundo azul. El mar espumoso lamía esporádico la arena.

Me senté bajo una palmera protegiendo mi torso blancuzco de la inclemencia solar.

Noté como el Mar podía sacar pequeñas piedritas y que cuando se retiraba el agua, las piedritas hacían un bailecito y se sumergían en la arena mojada. Me acerqué a ver de qué se trataba todo eso. Descubrí unos moldecitos tringulares de dos mitades que sacaban la lengua. Muy maleducados.

Pronto descubrí que cavando un pequeño hueco aparecían varios de esos animalitos sacalengua. Había unos que no eran triangulares sino ovalados y con zurcos desde el centro a los bordes y también como más gorditos.

En uno de los hoyos que hice el agua se puso más oscura, cuando el agua se retiró pude ver que había una tabla de madera en el fondo. Empecé a cavar para descubrirla completamente y cada vez que avanzaba un poco me confundía porque creía que ya llegaría a sus bordes y me sorprendí al ver que había un contorno donde podía sentarme de piernas cruzadas y caber completamente. Era la concha de uno de estos sacalengua tan grande como para hacer una pequeña balsa.

Desenterré la inmensa lámina del sacalenguas y me adentré al mar remando sobre ella.