lunes, 26 de enero de 2015

Nariz seca

A ella le entristecía como las luces se apagaban poco a poco. A mí también pero en el fondo siempre fui más pragmático para ver las cosas de la vida y sus fenómenos.

Esa palabra, fenómeno, siempre me ha perturbado que sirva por igual para describir la naturaleza y las personas. Como si una persona calificable de fenómeno no sea en sí misma un fenómeno por ser una persona particular, con sus propias maneras y su propio andar. Todos somos fenómenos y algunos somos como un huracán dejando destrozos, otros una lluvia que deja pegostoso el clima cálido del trópico y otros sencillamente un arcoiris que a su paso maravilla y adormece la capacidad de sentir rabia por la garúa.

Esas luces que se iban apagando para mí solo eran lo cotidiano, un bombillo que después de las 11 de la noche, molestaba para cerrar los ojos. Para ella aparentemente era algo más, lo ví en sus ojos llorosos. No podía dejar de sentir nostalgia por cosas apagándose, la pc, la tv y ahora las luces. Yo como un imberbe que no se impresiona por la caída y ocupación de la noche de todos los espacios, sencillamente dormí.

Era un presagio. En la mañana no vino con su cola grande y peluda a saludar moviéndola de lado a lado, tampoco babeó mi pijama ni se oyeron las uñas contra el parquette del apartamento caminando hacia la cocina. Estaba ahí inerte en la gomaespuma con tela de animalitos que le hicimos hace dos años porque había destrozado la colchoneta vieja de bebé que nos regaló mi tía. Su lengua reposaba sobre los dientes de un lado y a su vez su nariz seca y negra sobresalía un poco del borde. Las patas delanteras se afincaban fuertemente en las paredes de la cama perruna como si en su último aliento hubiera tratado de estirar dos segundo más la vida y fue allí cuando supe que había terminado. El servicio de sepultura de mascotas, era también para sepultar 8 años juntos.

Vinieron por sus cosas, cargaron con la mitad de las fotos y con todos las pertenencias, se llevaron cada uno de los recuerdos excepto uno. El día que nos conocimos, su nariz estaba mojada y la acercó a mi cara. Increíblemente no me dio asco ni me generó repulsión. Ese momento, no se me olvida. Quizás porque significó la conexión, donde hubo chispa, donde no hubo engaños. Lamento hoy no haberle dado más atención y detesto que esas luces apagándose hayan sido el preludio de algo más que ella también sabía que pasaría.

Nos despedimos de él en un pequeño sepulcro y luego como si fuera otro fenómeno más, nos despedimos el uno del otro con un beso que apagó los carbones de lo que una vez fue una fogata.

domingo, 4 de enero de 2015

Las historias de lo que compramos usado

Pude ver como día tras día los ángulos se convertían en curvas. Aquel día como de costumbre me acosté muy tarde, pero sabía que él seguía en su taller trabajando. Las palabras nunca fueron su mejor aliado, todo lo que decía venía siempre incompleto y sus miradas no ayudaban. Parecía que todos sus problemas de expresión, toda su frustración en la comunicación de sus ideas y sus sentimientos estaban en cada una de las sílabas que pronunciaba. Particularmente en momentos donde su opinión era marcada, torcía levemente la cabeza y se inclinaba un poco hacia atrás como evitando una confrontación y sus ojos entrecerrados iniciaban un vaivén nistágmico. Llevarle la contraria era un espectáculo cierto. Faltaba aún más de una hora para el amanecer cuando me despertó el golpeteo violento de las cortinas contra las ventanas entreabiertas. Me levanté y fui por un vaso de agua; sentía el piso helado de la madrugada mientras caminaba usando la memoria para no tropezar, sin embargo con los ojos acostumbrados un poco más a la oscuridad pude ver una silueta voluminosa, cambió el horizonte del salón. Evité quedarme mucho más tiempo observando para no distraerme de mi última hora de sueño que se quedó esperando por mí entre las sábanas, la almohada y el techo del cuarto.

Después de dejar la nueva escultura, se desapareció. No estuvo en casa por más de tres días, se había llevado su instrumento musical. Nunca quería ser elogiado, le disgustaba que sus días y horas dedicadas a roer poco a poco la madera se convirtieran en palabras que se esfumaban y oraciones que eran tan fáciles de decir para los demás. Había más de 30 esculturas por toda la casa y el jardín. Siempre manteníamos la casa abierta como un museo desde que empezó a tener fama. Los pequeños zurcos en la madera los hacía con precisión y luego los iba mejorando a mano. Me gustaba verlo trabajar porque la minuciosidad era como la de los relojeros a gran escala, cada pieza encajaba perfectamente una en la otra para formar casi siempre objetos sólidos pero abstractos de formas alargadas con puntas. Este era diferente a los demás, por primera vez veía un juego con el espacio, atrayendo la posibilidad de que las figuras fueran formadas por el espacio contenido y alrededor de la pieza y no por la pieza misma. Una especie de Sol redondo, pero no esférico con capas, una tras otra intercaladas y alternadas con capas vacías, con una explosión central que rompe la continuidad de todas las capas.


Al llegar del autoexilio vino con su saxofón e hizo las melodías que le hacían feliz, lo pude oír durante la mañana y parte de la tarde, parecía continuar con lo que había estado haciendo los 3 días desaparecido. Al caer la noche el taller seguía con la luz encendida pero ya no se escuchaba el saxofón, no se escuchaba nada. Él sabía que esta nueva escultura era una inflexión de sus propios métodos y otra forma de expresarse. No faltaría quien le preguntara y le pusiera en la difícil tarea de hablar de su obra. Estaba asustado de que todo lo que tenía por dentro fuera interpretado pobremente como una continuación de su obra anterior.


Pasó meses tocando música que podía hacer callar a todo el vecindario sólo para poder disfrutar de lo maravilloso que era con el saxofón. Su incapacidad de comunicarse con el mundo a través de palabras era completamente antagónica al sentimiento que producía su música. La belleza de cada nota era la negación de sus sílabas y su claridad correspondía con la vida de esa última escultura de madera. Su hija, motivada por tantas cartas de elogios y críticas positivas hacia la obra escultórica de su padre, se acercó al taller para convencerlo de volver a trabajar en una escultura más para el día de su cumpleaños que coincidiría con una ceremonia para hacerle entrega del premio como mejor escultor del país.
Ese mismo día noté que había aserrín nuevo en la basura. El saxofón esa tarde no se escuchó.

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-Estoy vendiendo este saxofón porque mi papá ya no lo usa más. Es escultor-carpintero, hace unos meses perdió 3 dedos haciendo una escultura para mí.


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